Milagro concedido
I
El hecho
Es miércoles otra vez, el palpitar sincopado del reloj indica, las cuatro de la mañana. Se levantó sin hacer ruido, sin encender la luz. La noche anterior ha sido larga, no ha podido dormir casi. Está cumpliendo cuarenta años. Sus movimientos son torpes, arrastra pesadamente la mano con los dedos extendidos sobre la mesita buscando los lentes, no quiere despertar a su esposa que duerme cansadamente en el camastro que ha servido de lecho conyugal por trece años. Hace calor. Un sudor tibio y pegajoso chorrea por su cuerpo, esta triste, se siente viejo. Durante la noche pidió un milagro, una señal, algo que le permita recomenzar, soñó insomne en rejuvenecer. Entró al baño, se miró al espejo, vio con decepción la imagen que de si mismo se refleja, el rostro abotagado, la delgadez de sus piernas, el abultado abdomen le dan un aspecto decimonónico. Decide salir a caminar para despejarse, se
coloca un pulóver de lana azul y un pantalón deportivo rojo que le viene
grande. Toma las llaves. Con dificultad logra abrir la puerta que da acceso al
jardín. Sale de puntillas. Está oscuro el cielo luce despejado. Mira su reloj, -las cuatro y media- dice entre dientes. Se dispone a tomar
la calle cuando de repente; un destello incandescente, un fogonazo azul lo
golpea de lleno en el pecho lanzándolo contra el suelo, sus ropas se incendian
consumiéndose de inmediato, su cuerpo convertido en una maza informe totalmente
carbonizada queda tendido entre las plantas del jardín.
Extrañamente
todo ocurre en un segundo y dentro del más completo silencio. A su alrededor nada sufre daño las hojas ni siquiera pierden la frescura matutina.
Al
amanecer su esposa lo encontró en el mismo sitio donde había caído.
Rápidamente
este hecho pasa a convertirse en uno, si no, el más extraño ocurrido en el
planeta en la historia moderna. El cuerpo es llevado en medio de una
parafernalia descomunal hasta el hospital central. Los medios de comunicación,
la prensa amarillista, científicos de universidades reconocidas, investigadores
paranormales, cazadores de ovnis, y la chismografía local e internacional,
toman el caso. El lugar se convierte en un hervidero, una especie de feria
ocasional, vendedores de baratijas, comida,
globos y todo lo imaginable se apuestan en las inmediaciones dándole ese
aspecto festivo de las ferias de pueblo. El olor a carne asada y caramelo
abrillantado se adueña del ambiente, grupos familiares y autobuses repletos de
turistas se fotografían alegremente frente a la casa y compran recuerdos. Músicos
y trovadores callejeros cantan durante días la historia del hombre al que mató
una llama azul.
Una
semana después; artilugios desconocidos hacen que el cuerpo desaparezca sin
dejar rastro, el rumor de la
desaparición ocupa espacios del planeta las amas de casa lo comentan con sus
hijos mientras esperan al esposo, o calientan la cena. Los parroquianos en el
bar acompañados de unas cervezas lo cuchichean. Los choferes alientan el
interés de los parroquianos con metáforas y exageraciones. Así transcurren los
días.
Poco
a poco la noticia deja de sorprender, de interesar, el cansancio y la
desinformación hacen que la gente vuelva a zambullirse en la rutina. El olvido rápidamente
se apodera de los espacios. Después de tres semanas muy pocas personas
recuerdan el hecho y ninguna al mes de ocurrido.
II
Belarmino Santaella.
Un
hombre alto de aspecto atildado y manos lánguidas, identificado como Belarmino
Santaella, científico, investigador de lo oculto y una autoridad en fenómenos
inexplicables es el encargado de comandar al grupo especializado que estudiará
el cadáver para determinar la causa de tan desconcertante fenómeno natural. Esa
mañana se reunió con el equipo de especialistas que había designado y se
dirigieron hasta un edificio cuyo nombre nada tenía en común con la
investigación que aguardaba <<Teléfonos Nacionales>>. Estacionaron los autos, tomaron el
ascensor hasta un sótano donde una habitación brillantemente iluminada guardaba
el cadáver carbonizado en un congelador. Cubiertos con espectaculares trajes
aislantes amarillos procedieron a colocar el cuerpo sobre una meza de
disección, un camarógrafo experto se dedicó a tomar imágenes y vídeos detallados de la labor científica. La maza carbonizada parece tener el aspecto
de un capullo, una crisálida negro azulada de una dureza extrema. Los expertos
quedan perplejos ante las singularidades que observan. A Pesar de tener más de
una semana en el congelador a - 45º , esta especie de cubierta se
mantiene tibia al tacto. Las radiografías,
tomografías, y resonancias magnéticas aplicadas no alcanzan a mostrar lo que se
esconde dentro. Solo el estetoscopio el más humilde de los instrumentos
científicos con los que cuentan permite oír una leve palpitación. Intentan
abrirlo. Utilizan para ello infinidad de métodos. Los resultados son negativos,
las puntas más duras se rompen al contacto con la superficie. Pasa más de una semana, la frustración se
percibe en el rostro de los expertos, lo intentan todo.
Tres meses han transcurrido desde que a Olegario
Gutiérrez le ocurrió el accidente más extraño de la historia moderna conocida y
a estas alturas nadie podía decir sí estaba vivo o muerto pues esa era una
situación que ni siquiera los encargados de la investigación sabían.
Seis meses después, el gobierno retira los fondos
destinados para tal proyecto.
Un año después nadie volvió a preocuparse por el
incidente, el cuerpo, se retira del congelador y se deja sobre una meza.
En algún momento unos empleados de mantenimiento la
arrojan de cualquier forma en un depósito, el
caso del hombre al que mató una llama azul trasciende la historia y se interna
en la bruma inevitable de la leyenda.
III
Olegario Gutiérrez
Es
miércoles otra vez, el palpitar sincopado del reloj indica que son las cuatro
de la mañana. Olegario
Gutiérrez se levantó sin hacer ruido, sin
encender la luz no ha podido dormir casi, hoy está cumpliendo cuarenta años y
se siente frustrado. Con movimientos torpes intenta tomar los lentes que ha
dejado sobre la mesita, hace calor, un sudor tibio y pegajoso chorrea por su
cuerpo. Esta triste. Entra al baño, ve con decepción la imagen que de si mismo
se refleja en el espejo, se toma el rostro con las manos –me estoy poniendo
viejo- dice entre dientes. Decide salir a caminar para despejarse, se coloca lo
primero que encuentra, un pulóver de lana azul y un pantalón deportivo rojo que
le viene grande. Toma las llaves, logra abrir la puerta que da acceso al
jardín. Sale. Está oscuro el cielo luce despejado son las cuatro y media. Se
dispone a empezar cuando de repente; un golpe, seco, un destello azul le ilumina de lleno en el pecho
lanzándolo contra el suelo, siente todo su cuerpo sacudido por un espasmo como
si las tripas se le encogieran y sus pies tocaran su cabeza. Se ve cayendo de un acantilado, siente
el vértigo concéntrico de las caídas aparatosas, se hunde rápidamente hacia el fondo
donde unas inmensas rocas lo esperan, siente miedo, intenta moverse, quitarse
el golpe sin lograrlo. Extrañamente no choca contra el fondo sino que pasa a
través, hacia un mar sin orillas, agua de lluvia y rocío pletórica de
sustancias que encontró al atravesar la atmósfera oxigeno, nitrógeno,
anhídrido carbónico, pequeñas cantidades de microorganismos, amoniaco, y ácido nítrico. La profundidad es abismal. Paisajes desconocidos desfilan ante sus
ojos, criaturas extrañas pero familiares nadan a su alrededor. No puede
respirar, siente ahogarse. Está a punto de perder el sentido cuando el mar sus
criaturas y paisajes desaparecen para dar paso a otras formaciones más extrañas
aun. Se encuentra flotando sobre
sistemas planetarios infinitos sin embargo no ve soles sino formaciones
múltiples estrechamente unidas, ve enjambres de electrones pasar a velocidades
alucinantes generando campos de fuerza
gravitatoria que lo mueven de un lado a otro como un maniquí desarticulado.
Todo está rodeado de una extraña claridad.
Intenta ver su cuerpo pero solo encuentra vacío. Al fin aterriza si puede llamarse así sobre el núcleo de un
átomo compuesto por ocho protones. Desesperado mira hacia el cielo, pero ya no
ve sino esa extraña claridad que todo lo inunda, presiente el reverberar de los
electrones girando en órbitas fijas. Se ve a sí mismo en todas partes al mismo
tiempo y no puede definir sí es sólido, liquido o gaseoso. Luego se queda
dormido.
No supo cuanto tiempo
durmió, despertó flotando sobre una especie de gel amniótico tibio y
reconfortante, las paredes de ese vientre que lo resguardan son suaves y
tiernas, sus oídos captan una melodía lejana que nunca había oído. Se sintió feliz
y fortalecido. Palpó su cuerpo, nada había cambiado, intentó moverse, lo logró
con dificultad, alzo los brazos, tocó el techo, la oscuridad es absoluta,
empujo con sus nudillos, la envoltura que lo rodea cedió con facilidad
drenándose en un borbotar de aguas que se liberan. Rompió el capullo, salió de
él. Se miró con espanto, está desnudo, miro el lugar donde se encuentra, un
depósito en algún suburbio sucio y desvencijado.
Echó a caminar por una calle oscura iluminada solo por el
resplandor del cielo y de unas luces
distantes que ahora son su objetivo. ¿Qué le había pasado? Lo último que
recuerda es que iba a caminar, que estaba triste, que algo le dio en el pecho.
Se sintió mareado. -¿Donde habría dejado sus lentes?- No podía distinguir bien
los letreros de la calle, ¿Dónde estaba?, ¿porque se despertó dentro de esa
cosa? Tenía que encontrar ropa. Así desnudo no podía llegar a su casa. Los
guijarros le herían los pies. El olor pestilente que tenia adherido al cuerpo
era insoportable. El cielo estaba despejado era de noche, ya tendría que estar amaneciendo ¿Qué carajos pasaba con el día? Ese sueño tan
raro, como si se hubiera encogido. ¿Qué estaría pensando su mujer? seguro
llamó a la policía. sus pensamientos fueron rotos por alguien que se cruzó y le gritó algo que no pudo entender. Se acercaba a las primeras casas de la
ciudad, las luces amarillentas de las calles iluminaron tenuemente su desnudez.
No había casi movimiento debía ser de madrugada. Paso frente a una iglesia,
intentó reconocerla pero no pudo, ¿Dónde estoy? Siguió caminando, la ciudad se
abría ante el pero nada de lo que veía le era familiar. Una patrulla de la
policía lo detuvo, dos agentes con aspecto desarrapado bajaron y a grandes
gritos lo obligaron a tenderse boca abajo en el suelo, lo esposaron, lo
obligaron a caminar hasta una toma de agua para que se quitara la suciedad, le
consiguieron una especie de taparrabos y lo llevaron hasta la comisaría. Allí lo dejaron en un rincón. Pudo dormitar algo, ¿cuánto tiempo? Debieron ser horas. Por fin amaneció y el
bullicio en la comisaría con su habitual caos lo despertó. Todos lo miraban
extrañados, como si fuera un demente. Algo en él había cambiado. Sus manos no
eran las mismas, estaban más viejas, arrugadas y frágiles. Miro el reflejo que
le devolvía un ventanal de la comisaría, vio ante sí un anciano de unos sesenta
años desnudo y marchito el corazón quiso salírsele por la boca, llamo
desesperado a un agente que pasaba mas no le prestó atención. Más tarde una
buena mujer le consiguió algunas ropas,
después lo dejaron ir sin más.
Salió a la calle tenía hambre estaba asustado, se sentía
cansado y vulnerable. Echó a andar sin
saber a dónde ir, esta ciudad no era la suya, este cuerpo que usaba no era el
suyo nada encajaba apenas podía hablar y le dolía tremendamente la espalda. Se
recostó a una pared para tomar aliento, le intrigaba la forma de vestir de las
personas que pasaban a su lado. Ese aparatito que la mayoría llevaba consigo,
caminaban mirándolo y manipulándolo con los dedos o pegado al oído, abstraídos del resto, en su propio mundo. Le
sorprendía la forma de los autos tan diferentes a los que él conocía. Todo era
irreal y desproporcionado. Una viejita se le acercó y mirándolo con pesar, le
regaló una moneda que apretó con fuerza en su mano, trato de articular un
agradecimiento y solo acertó a decir -¿dónde estoy?- la anciana mirándolo con extrema bondad le
respondió –Estamos en San Cristóbal es Miércoles 24 de Octubre del 2012- Se
sintió desfallecer, definitivamente se había vuelto loco. Miró a todos lados. Estaba perdido, nada coincidía esta era su
ciudad pero no la que él conocía y amaba, esta era otra; sucia y empobrecida
las calles rotas, los edificios sin pintar y con aspecto abandonado las
personas agitadas y agresivas, la basura y los vendedores ambulantes se
adueñaban del paisaje. Desde donde estaba pudo al fin reconocer el perfil de su
adorada ciudad, definitivamente era San Cristóbal. Tenía que ser una pesadilla
porque lo que le ocurría era imposible, era el día pero la fecha y el año eran
incorrectos. En su mente era miércoles 26 de octubre de 1994. Y él un hombre
cumpliendo 40 años y no un anciano indigente. Decidió ir hasta el lugar donde
quedaba su casa, tomo las calles que pudo reconocer dentro de aquel caos, caminó lentamente hacia allá con la esperanza
de encontrar respuestas llego al atardecer luego de dar infinidad de rodeos,
vueltas, equivocaciones y mas rodeos, llegó desfallecido, hambriento y
asustado. Inmediatamente pudo reconocer la arquitectura de su casa, había
cambiado. El jardín ya no estaba, en su lugar un estacionamiento atiborrado de
vehículos, la entrada ahora flanqueada por paredes, una espacie de pasillo. Había
suciedad por doquier, la puerta pintada de un blanco desvaído se notaba
desportillada. Tocó el timbre y esperó agitado. Se oyeron pasos al otro lado,
luego el sonido familiar de la cerradura al abrirse.
El gastado acento de
una anciana – ¿quién es?- luego una maraña de pelo blanco, unas manos
desvalidas y un cuerpito menudo y doblado por la edad hicieron su
aparición, era ella, si era ella, su
amada esposa destrozada por los años. No
tuvo valor para hablar dio la espalda y salió casi corriendo de allí.
Volvió dando tumbos hacia el único lugar conocido que le
quedaba, el depósito donde había despertado. El día había transcurrido en medio
de una vorágine de alucinaciones y locura. Se acurruco temblando en un rincón
oscuro. De repente, un fogonazo azul dio de lleno en su humanidad lanzándolo contra el suelo, sus ropas se
incendiaron consumiéndose de inmediato. Su cuerpo experimentó espasmos como si las tripas se recogieran y los pies
tocaran la cabeza. Descendió hacia el abismo en una especie de vértigo
concéntrico. Despertó flotando sobre una
especie de gel amniótico. Hacía calor, el sudor se escurría por su cuerpo. Sus
oídos captaron una melodía lejana que
supo reconocer, extendió sus brazos y toco las sabanas, se sintió feliz,
fortalecido. Abrió los ojos, la tenue luz del amanecer se filtraba por las
cortinas, su esposa dormía plácidamente a su lado. Se levantó de un salto, era miércoles
otra vez, se sintió rejuvenecido, de un manotón tomó sus lentes,
se dirigió al baño, se miró al espejo, se vio hermoso y Joven con solo
cuarenta años. En su mano cerrada aun tenia la moneda del sueño, el corazón
le dio un vuelco abrió lentamente los dedos y vio en su palma una marca circular que inmediatamente de desvaneció. Eran
las seis de la mañana. Tarareando suavemente una melodía que nadie había
escuchado se metió a la ducha, tenia deseos de gritar de felicidad. Se vistió
rápidamente, luego abrazó y besó a su esposa como si nunca lo hubiera hecho.
Salió al Jardín. El cielo lucía despejado. Miro su reloj. –
Siete y media – dijo alegremente y se sumergió en la mañana. Era otra vez un
hombre joven.
En algún lugar del universo, desde donde la tierra es algo
más pequeño que una partícula elemental. Una inteligencia superior, una bondad infinita
registra: Vía láctea, planeta tierra, Sudamérica Venezuela, Táchira, San
Cristóbal. Caso Olegario Gutiérrez: Milagro concedido.
Unva Goahi
Caneyes miércoles 26 de abril del 2012
11 y 43 Pm.
excelente historia definitivamente escribe usted muy bien, enseguida siento el calor y la incertidumbre de Olegario leía leía y no tenia la menor idea del desenlace de la historia y eso mantenía mi interés en el texto, de verdad es usted bueno con la tinta.
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